martes, 28 de diciembre de 2010

rocky tiene razon


"Déjame decirte algo que ya sabes.
El mundo no es
arcoiris y amaneceres.
En realidad es un
lugar malo y asqueroso.

Y no le importa lo duro que seas,
te golpeará y te pondrá de rodillas,
y ahí te dejará si se lo permites.

Ni tú ni nadie..
golpeará tan fuerte como la vida.

Pero no importa lo
fuerte que puedas golpear,
importa lo fuerte que pueda golpearte
y seguir avanzando,
lo mucho que puedas resistir,
y seguir adelante.
¡Eso es lo que hacen los ganadores!

Ahora, si sabes lo que vales,
ve y consigue lo que vales.
Pero debes ser capaz
de recibir los golpes
y no apuntar con el dedo y decir que eres
lo que eres por culpa de ese o el otro.
¡Eso lo hacen los cobardes!
¡Y tú no eres un cobarde!
¡Tú eres mejor que eso!"

miércoles, 12 de mayo de 2010

carta a un maltratador - Fernando Orden

Para ti, cabrón: Porque lo eres, porque la has humillado, porque la has menospreciado, porque la has golpeado, abofeteado, escupido, insultado… porque la has maltratado. ¿Por qué la maltratas? Dices que es su culpa, ¿verdad? Que es ella la que te saca de tus casillas, siempre contradiciendo y exigiendo dinero para cosas innecesarias o que detestas: detergente, bayetas, verduras… Es entonces, en medio de una discusión cuando tú, con tu 'método de disciplina' intentas educarla, para que aprenda. Encima lloriquea, si además vive de tu sueldo y tiene tanta suerte contigo, un hombre de ideas claras, respetable. ¿De qué se queja?


Te lo diré: Se queja porque no vive, porque vive, pero muerta. Haces que se sienta fea, bruta, inferior, torpe… La acobardas, la empujas, le das patadas…, patadas que yo también sufría.


Hasta aquel último día. Eran las once de la mañana y mamá estaba sentada en el sofá, la mirada dispersa, la cara pálida, con ojeras. No había dormido en toda la noche, como otras muchas, por miedo a que llegaras, por pánico a que aparecieses y te apeteciera follarla (hacer el amor dirías) o darle una paliza con la que solías esconder la impotencia de tu borrachera. Ella seguía guapa a pesar de todo y yo me había quedado tranquilo y confortable con mis piernecitas dobladas. Ya había hecho la casa, fregado el suelo y planchado tu ropa. De repente, suena la cerradura, su mirada se dirige hacia la puerta y apareces tú: la camisa por fuera, sin corbata y ebrio. Como tantas veces. Mamá temblaba. Yo también. Ocurría casi cada día, pero no nos acostumbrábamos. En ocasiones ella se había preguntado: ¿y si hoy se le va la mano y me mata? La pobre creía que tenía que aguantar, en el fondo pensaba en parte era culpa suya, que tú eras bueno, le dabas un hogar y una vida y en cambio ella no conseguía hacer siempre bien lo que tú querías. Yo intentaba que ella viera cómo eres en realidad. Se lo explicaba porque quería huir de allí, irnos los dos… mas, desafortunadamente, no conseguí hacerme entender.


Te acercaste y sudabas, todavía tenías ganas de fiesta. Mamá dijo que no era el momento ni la situación, suplicó que te acostases, estarías cansado. Pero tu realidad era otra. Crees que siempre puedes hacer lo que quieres. La forzaste, le agarraste las muñecas, la empujaste y la empotraste contra la pared. Como siempre, al final ella terminaba cediendo. Yo, a mi manera gritaba, decía: mamá no, no lo permitas. De repente me oyó. ¡Esta vez sí que no! –dijo para adentro–, sujetó tus manos, te propinó un buen codazo y logró escapar. Recuerdo cómo cambió tu cara en ese momento. Sorprendido, confuso, claro, porque ella jamás se había negado a nada.


Me puse contento antes de tiempo. Porque tú no lo ibas a consentir. Era necesario el castigo para educarla. Cuando una mujer hace algo mal hay que enseñarla. Y lo que funciona mejor es la fuerza: puñetazo por la boca y patada por la barriga una y otra vez… Y sucedió.


Mamá empezó a sangrar. Con cada golpe, yo tropezaba contra sus paredes. Agarraba su útero con mis manitas tan pequeñas todavía porque quería vivir. Salía la sangre y yo me debilitaba. Me dolía todo y me dolía también el cuerpo de mamá. Creo que sufrí alguna rotura mientras ella caía desmayada en un charco de sangre.


Por ti nunca llegué a nacer. Nunca pude pronunciar la palabra mamá. Maltrataste a mi madre y me asesinaste a mí.


Y ahora me dirijo a ti. Esta carta es para ti, cabrón: por ella, por la que debió ser mi madre y nunca tuvo un hijo. También por mí que sólo fui un feto a quien negaste el derecho a la vida.


Pero en el fondo, ¿sabes?, algo me alegra. Mamá se fue. Muy triste, pero serenamente, sin violencia, te denunció y dejó que la justicia decidiera tu destino. Y otra cosa: nunca tuve que llevar tu nombre ni llamarte papá. Ni saber que otros hijos felices de padres humanos señalaban al mío porque en el barrio todos sabían que tú eres un maltratador. Y como todos ellos, un hombre débil. Una alimaña. Un cabrón.

martes, 4 de mayo de 2010

aquel hombre extraño - ismael serrano

Cuenta la historia de un hombre que al parecer era extraño. Porque este hombre iba por la calle y besando todo. Iba por la calle y besaba las aceras, las farolas, los semáforos, los coches… besaba a los transeúntes que pasaban a su lado. Besaba a los policías, besaba las paredes de las casas, su puerta, las escaleras que conducían hacia su piso… besaba todo. Y las autoridades le consideraron peligroso porque no podía ser un hombre que fuera besando a todo el mundo por la calle. Le consideraron extraño y peligroso y decidieron encarcelarlo.


Y lo metieron en la cárcel y aquel hombre extraño besaba las paredes de barro, besaba los barrotes, besaba a su carcelero, besaba la ración de comida que le daban todos los días, el jergón en el que dormía… besaba el suelo y el techo. Puesto que veían las autoridades que no recapacitaba que no cambiaba su conducta y decidieron ponerle fin y ejecutarle pues aquel hombre por ser así era extraño y peligroso.


Así fue, y beso a los ejecutores y beso las balas que le mataron. Le enterraron en una loma en lo alto y desde aquel día y desde el cielo los pájaros descubrieron que al mundo le habían nacido labios.

jueves, 8 de abril de 2010

tactica y estrategia - mario benedetti

Mi táctica es
mirarte
aprender como sos
quererte como sos

mi táctica es
hablarte
y escucharte
construir con palabras
un puente indestructible

mi táctica es
quedarme en tu recuerdo
no sé cómo ni sé
con qué pretexto
pero quedarme en vos

mi táctica es
ser franco
y saber que sos franca
y que no nos vendamos
simulacros
para que entre los dos

no haya telón
ni abismos

mi estrategia es
en cambio
más profunda y más
simple
mi estrategia es
que un día cualquiera
no sé cómo ni sé
con qué pretexto
por fin me necesites

lunes, 15 de marzo de 2010

CONFESION - Padre Julián Zini

Hijo no sé si es posible,
no sé si a mi edad aún puedo
acortar esta Distancia
y sacudirme ¡estos Miedos...!
Quiero cruzar este abismo
que entre nosotros abrieron,
la ignorancia y el Machismo;
los padres de mi Silencio...
Casi seguro es mejor
que miremos un video
o escuchemos a tú “ídolo”
y a partir de allí, charlemos...
Pero me cuesta, no es fácil
con los Prejuicios que tengo;
sí para vos yo “ya fui”...
si estoy “anclado en el tiempo”...
si estoy viendo “otro canal”...
y de verdad”me estoy yendo”...
para colmo, tu Mamá
siente ya remordimientos
al ver como te encerrás
en tu cuarto, en tu silencio...
y me pide y me machaca:
“¡Por favor, háblale, Viejo...!”
Y me lo dice tu Madre
que conoce tus defectos;
que te quiere y te mezquina,
y, entre gritos y reniegos,
te va modelando el alma
casi sin saberlo......
Ella si que se merece
¡que le hagas un monumento...!
Por mi parte, y en mi caso,
Hijo mío, te confieso;
yo no creo en lo que dicen
muchos padres, y más viendo
este mundo de Injusticia,
de Exclusión y Privilegios,
de Corrupción y Violencia,
¡Cómo el que estamos viviendo!...
Basta con ver y escuchar
lo que difunden los Medios
y sabrás porqué no hay Pan
y sobran los Armamentos
y sabrás porqué el Planeta
gime Enfermo, sin Remedios...
y en vez de agrandar la Mesa,
prohíben los nacimientos...!
La Tentación es real
y es cosa de nuestro tiempo;
tirar todo por la borda.....
querer empezar de cero...
antes que ser un robot
o un esclavo satisfecho,
no intervenir, solo estar,
o “hacer zapping”y... hasta luego.
Para mí, que ustedes, Hijo
entre el Ruido y el Vértigo
sin la Experiencia y el Tino
que dan la Vida y el Tiempo,
pero libres de Prejuicios,
de Ambición y falsos Miedos
se rebelan... nos cuestionan,
y están, no más, en lo cierto...!
Ya ves, no es fácil la cosa;
cuando más y más lo pienso,
menos me animo a exigirte
las cosas que me exigieron...!
Siento que más que Tu padre
debo ser Tu Compañero
Confiar y Esperar el Día
que en vos viene amaneciendo...
Y aunque te suene a teatro,
sabe Dios que yo, Tu Viejo,
quiero pedirte Perdón
por el Amor que te adeudo;
quiero ofrecerte el Cariño
que te escondí tanto tiempo;
quiero decirte en voz alta:
“ ¡TE NECESITO!" "¡TE QUIERO!”
Yo sé que vas a decirme:
“¿Recién Ahora?”. Y es cierto;
pero quiero ayudarte;
sin saber cómo, me ofrezco;
más vale tarde que nunca;
te acompañaré, aprendiendo
que el diablo sabe por diablo
pero más sabe por viejo...
Hijo querido, mira
la vida viene a tu encuentro;
lárgate a vivir, proba
vas a aprender por tu cuero:
sabrás lo que es “un Hogar”
y lo que cuesta “ el Puchero”...
Vos que sos inteligente,
¡Ahórrate los sufrimientos...!
Agradécele a la Vida
haber nacido en el seno
de una Familia criolla
de alma y de brazos abiertos;
bella Escuela de Humanismo,
de piedad y amor fraterno,
riqueza providencial que,
a Dios gracias, aún tenemos...
Si podes, sácale el jugo
al Estudio y al Colegio
los que aprenden a pensar,
tendrán un futuro cierto;
cada vez más el mundo
decide el Conocimiento;
recordá que solo es joven,
¡Aquel que sigue aprendiendo...!
Ya sé lo que muchos dicen
de esto que te estoy diciendo:
“¿Para qué tener un Título
si no hay trabajo; si es cuento
lo que te vende “la Tele”?
¡Del Porvenir y el Progreso...!
Ya sé, pero quién te dijo
¿Qué hay sólo “este Modelo”?
Por suerte, en muchos lugares,
hoy mismo está sucediendo,
en chico, bajo el rescoldo
de la Humildad y el Silencio,
que la Solidaridad
es la brasita de un Fuego
que está encendiendo la Fiesta,
muchacho, de un Mundo Nuevo.
Aunque en tus códigos rija
la Ley del Menor Esfuerzo
y la Sociedad te ofrezca
Felicidad por Sorteo,
sabrás que en la vida gana
quién se juega y se da por entero:
nunca el que arruga y se niega,
sea por Pereza o por Miedo.
La Religión del Consumo
le rinde Culto al Deseo,
antiguo dios de entre casa
que te gobierna de adentro...
Tendrás que aprender a usar
el Cuerpo, el Tiempo, al Dinero,
si querés llegar a ser
vos mismo tu propio dueño.
La Relación de Pareja
a tu edad es como un juego,
ejercicio natural
que lleva al humano encuentro
con la Mujer Compañera
que ha de ser tu Complemento;
los dos se vienen buscando
tal para cual,... ¡Qué misterio!
Ahora bien, quiero que sepas,
que si te llega el momento,
tan único y tan común,
de Ser Padre antes de tiempo;
no te asustes, no estás solo;
habrá que aunar los esfuerzos
y Jugarnos por la Vida...
¡búscame que yo me juego...!
Y si de ayuda se trata,
aquí te dejo estos Versos
nacidos del corazón:
no son gran cosa, están hechos
con un oído en la gente
y el otro en el Evangelio;
pueden servirte en la crisis
que trae el Nuevo Milenio...
Delante de vos se abren
dos Caminos, dos Proyectos
Felicidad o Desgracia;
el Servicio o el Provecho;
Compartir o Amontonar:
El Dios Vivo o Dioses Muertos;
tendrás que elegir muchacho
“Servir a Dios o al Dinero”.
Pensando en ello quisiera
regalarte Dos Consejos,
si te sirven, ocúpalos;
es lo que yo más deseo:
uno, pase lo que pase
A NADA LE TENGAS MIEDO;
y otro, SERVÍ ALEGREMENTE
como hizo siempre tu Viejo.
Por todo esto, Hijo Mío,
Hijo del Alma, Hijo Nuestro
Te pongo mi Bendición
como a mí me dio tu Abuelo;
y te recuerdo que aún
te sigo viendo en mis sueños...
No te olvides, por favor,
tú Madre y yo
¡¡¡TE QUEREMOS !!!

sábado, 13 de marzo de 2010

en picado (fragmento) - nick hornby


"en picado" (a long way down) es un libro de nick hornby que cuenta la vida de un grupo de 4 suicidas que se conocen en lo alto de una azotea: martin era un conductor de tv que se lo encontro in fraganti con una muchacha de 15 años, jess era una muchacha que la dejo el novio, jj era un musico que se vio en londres solo sin banda y sin novia y maureen es una mujer que tiene un hijo en estado vegetativo de 19 años
Cuando rompimos la primera vez, me llamó acosadora, pero ésa es una palabra como emotiva, «acosadora», ¿no? No creo que se pueda llamar «acoso» cuando no es más que llamadas telefónicas y cartas y correos electrónicos y llamadas a la puerta. Y sólo aparecí en su trabajo dos veces. Tres, si contamos su fiesta de Navidad, y para mí ésa no cuenta, porque me dijo que iba a llevarme, de todas formas. «Acoso» es cuando les persigues a las tiendas y en sus vacaciones y todo eso, ¿no? Bien, yo nunca me acerqué a ninguna tienda. Y, además, yo nunca lo llamaría acoso cuando alguien te debe una explicación. Que te deban una explicación es como que te deban dinero, y no sólo cinco libras, no. Quinientas o seiscientas, más bien. Si te debieran quinientas o seiscientas, mínimo, y la persona que te las debe te estuviera dando esquinazo, entonces lo que te ves obligado a hacer es llamar a su puerta por la noche, tarde, cuando sabes que tiene que estar dentro. La gente se pone muy seria con esas cantidades de dinero. Llaman a cobradores de morosos, le rompen las piernas al deudor, pero yo nunca he llegado a eso. Guardé bastante la compostura.





aca 'ta!

martes, 23 de febrero de 2010

las alas del deseo, fragmento


las alas del deseo (o "el cielo sobre berlin") es una pelicula alemana del 87, de la que se hizo una remake yanki "ciudad de angeles", horrible por cierto, con nicolas cage y meg ryan, cuenta la historia de un angel que se enamora de una mortal


Damiel desea vivir en el tiempo más que en la eternidad, tener un cuerpo, experimentar placer físico y obrar recíprocamente con los seres humanos. Y por supuesto, una vez que él ve a Marion, su búsqueda se centra en ella, y convertirse en un hombre será para él convertirse en su hombre.
Monólogo final de Marion, hablando a Damiel:
-Algún día tiene que ir en serio. He estado muy sola, pero nunca he vivido sola. Cuando estaba con alguien solía estar contenta, pero al mismo tiempo todo me parecía casual. Estas personas eran mis padres pero podrían haber sido otros. ¿Por qué mi hermano era el de los ojos marrones y no el de los ojos verdes, del andén de enfrente. La hija del taxista era mi amiga, pero igual podría haber rodeado con mi brazo el cuello de un caballo. Estaba con un hombre, estaba enamorada y lo mismo podría haberlo dejado plantado y haber seguido al extraño que nos cruzamos en la calle.

Mírame o no me mires. Dame la mano o no me la des. No, no me des la mano y aparta tu mirada de mí.

Creo que esta noche hay luna nueva: ninguna noche más serena, ninguna sangre correrá en toda la ciudad. Nunca he jugado con alguien y sin embargo nunca he abierto los ojos y he pensado: ahora va en serio. Ahora al fin irá en serio. Así han ido pasando mis años¿Sólo yo era tan poco seria? ¿Eran tan poco serios los tiempos? Nunca fui solitaria, ni cuando estaba sola ni con otros. Pero me habría gustado al fin ser solitaria. Soledad quiere decir: al fin estoy entera. Ahora puedo decirlo porque al fin esta noche soy solitaria.

Hay que acabar con el azar. Luna nueva de la decisión. No sé si hay un destino, pero hay una decisión: decídete. Ahora nosotros somos el tiempo. No sólo la ciudad entera, el mundo entero toma parte ahora mismo en nuestra decisión. Ahora los dos somos más que sólo dos. Nosotros encarnamos algo. Estamos sentados en la plaza del pueblo y toda la plaza está llena de gente que anhela lo mismo que nosotros. Nosotros decidimos el juego por todos. Estoy lista, ahora es tu turno. Tienes el juego en tus manos. Ahora o nunca. Me necesitas y me necesitarás. No hay historia mayor que la nuestra, la del hombre y la mujer. Será una historia de gigantes, invisibles, transmisibles, una historia de nuevos ancestros. Mira mis ojos, son la imagen de la necesidad, del futuro de todos en la plaza.
Anoche soñé con un desconocido, con mi hombre. Sólo con él podía ser solitaria. Abrirme a él, toda abierta, toda para él, acogiéndolo entero como un todo dentro de mí, rodeándole con el laberinto de la dicha común. Lo sé eres tú.

domingo, 21 de febrero de 2010

el ultimo cartucho - arturo perez reverte



Ya sé que va a ser jodido, amigo mío. Sé que presentarse a una entrevista de trabajo, a competir con otros más jóvenes y preparados, cuando tienes medio siglo de almanaque y canas en la cabeza, no será el momento más feliz de tu vida. Probablemente los fulanos de quienes depende tu destino sean niñatos de diseño, de esos que se creen que siempre van a ser jóvenes, y listos, e incombustibles, y desprecian a la gente sin adivinar que un día ellos mismos estarán con el cuello en el tajo. Tu experiencia les importa una mierda, eso ya lo sabes. Quieren jóvenes de veinte años sin cargas familiares, que hablen inglés y que parezcan que no van a envejecer ni a morirse nunca.

Por eso te asusta pensar en lo de mañana. Miras a tu mujer, que plancha tu mejor camisa, y sientes que el miedo te agarrota el estómago. El día que dejó los estudios para casarse y seguirte en lo bueno y en lo malo, no imaginaste que ibas a terminar pagándole así. Mañana te pondrás esa camisa que ella plancha. Te la pondrás con una corbata y saldrás una vez más a probar suerte, con poca esperanza. Y es que tiene huevos. Has trabajado toda tu vida como una mala bestia, y verte en el paro a los cincuenta y cuatro, con hijos y con mujer a los que darles de comer, es como caer de pronto en el fondo de un pozo oscuro. Sé todo eso porque tu hijo, que es amigo mío, escribe de vez en cuando. O tal vez no es tu hijo quien escribe, sino que es otro hijo hablando de otro padre; pero en realidad se trata siempre de la misma historia. Y tu hijo me cuenta que la última vez estuviste un mes con la cabeza gacha, los ojos enrojecidos de haber llorado, sentado en el sofá como ausente, con la cara entre las manos, sin atreverte ni a salir a la calle de pura vergüenza.

Te preocupa sobre todo lo que piensen tus hijos. Una mujer comprende, conoce y perdona. Los hijos, sin embargo, son crueles porque son jóvenes y todavía no saben lo que siempre se termina por saber. Los ves mirarte en silencio y crees que te desprecian por los años y por el fracaso. Por no salir nunca en el telediario. Por ser la estampa de la impotencia, la confirmación de que esta vida y este país son una piltrafa. Así que supongo que los hijos son lo peor. La mujer luego, al acostaros, te aprieta una mano antes de dormirse. Sabe cómo has peleado siempre, conoce lo que vales. Quizá sea la única que de veras lo sabe. Con ella la humillación es compartida. Es soportable.

Y sin embargo, amigo, deberías leer la carta que me escribe tu hijo. Deberías comprobar con qué ternura y respeto habla de ti. Como sufre al saberse demasiado joven para serte útil, al no encontrar las palabras o los gestos adecuados. Porque ya sabes cómo es: torpe, desmañado, con esos pelos largos, siempre con la puñetera música a todo trapo. Con esas broncas que tenéis, y esa forma de vida suya tan diferente a la de tus tiempos, que te parece la de un marciano. Lo que no sabes es que cuando te ve derrotado en el sofá con la cabeza entre las manos, le quema la boca y le laten las venas porque desearía tener labia, ser capaz de ir hasta ti, tocarte, decirte lo que de veras piensa. Y lo que de veras piensa es que tengas ánimo, viejo, que no eres tan viejo, maldita sea, aunque él mismo te lo diga a veces. Que él no es tan crío ni tan bobo como parece, que sabe fijarse en las cosas que ve, y que te ha visto trabajar, e intentarlo una y otra vez, y querer a su madre y a él y a sus hermanos. Y sabe que eres el mejor, rediós, que eres la mejor persona, el hombre más decente y trabajador que ha conocido en su puta vida. Que eres su padre y lo serás siempre, tengas curro o no lo tengas. Que las mejores lecciones de su vida se las diste siempre y no con lo que decías, haz esto o no hagas lo otro, sino con lo que él te vio hacer. Y cuando, tarde o temprano, tenga que cerrarte los ojos -y ojalá te los cierre él- sin duda podrá decir en voz alta: “Era un buen padre y era un hombre honrado”.

Así que, como dicen mis paisanos de Cartagena, no te disminuyas, amigo. Mañana te pones esa camisa planchada por tu mujer y te vas a la entrevista de trabajo con la cabeza muy alta. Y si no le gustas al niñato de turno, pues él se lo pierde y que le vayan dando. Y si fracasas otra vez, síguelo intentando mientras puedas. Y cuando ya no puedas más -que siempre se puede-, pues bueno, pues hasta ahí llegaste compañero. No hay nada deshonroso en el soldado que enciende un pitillo y levanta las manos, si antes ha peleado bien a la vista de los suyos. Si antes ha disparado su último cartucho.

viernes, 19 de febrero de 2010

amor de tarde - benedetti

Es una lástima que no estés conmigo
cuando miro el reloj y son las cuatro
y acabo la planilla y pienso diez minutos
y estiro las piernas como todas las tardes
y hago así con los hombros para aflojar la espalda
y me doblo los dedos y les saco mentiras.

Es una lástima que no estés conmigo
cuando miro el reloj y son las cinco
y soy una manija que calcula intereses
o dos manos que saltan sobre cuarenta teclas
o un oído que escucha como ladra el teléfono
o un tipo que hace números y les saca verdades.

Es una lástima que no estés conmigo
cuando miro el reloj y son las seis.
Podrías acercarte de sorpresa
y decirme "¿Qué tal?" y quedaríamos
yo con la mancha roja de tus labios
tú con el tizne azul de mi carbónico.

sábado, 6 de febrero de 2010

La chica más guapa de la ciudad - Charles Bukowski (polaroid de locura ordinaria - fito paez y alina gandini)


Cass era la más joven y la más guapa de cinco hermanas. Cass era la chica más guapa de la ciudad. Medio india, con un cuerpo flexible y extraño, un cuerpo fiero v serpentino y ojos a juego. Cass era fuego móvil y fluido. Era como un espíritu embutido en una forma incapaz de contenerlo. Su pelo era negro y largo, y sedoso y se movía y se retorcía igual que su cuerpo. Cass estaba siempre muy alegre o muy deprimida. Para ella no había término medio. Algunos decían que estaba loca. Lo decían los tontos. A los hombres Cass les parecía simplemente una máquina sexual y no se preocupaban de si estaba loca o no. Y Cass bailaba y coqueteaba y besaba a los hombres pero, salvo un caso o dos, cuando llegaba la hora de hacerlo, Cass se evadía de algún modo, los eludía.

Sus hermanas la acusaban de desperdiciar su belleza, de no utilizar lo bastante su inteligencia, pero Cass poseía inteligencia y espíritu; pintaba, bailaba, cantaba, hacía objetos de arcilla, y cuando la gente estaba herida, en el espíritu o en la carne, a Cass le daba una pena tremenda. Su mente era distinta y nada más; sencillamente, no era práctica. Sus hermanas la envidiaban porque atraía a sus hombres, y andaban rabiosísimas porque creían que no sacaba todo el partido posible. Tenía la costumbre de ser buena y amable con los feos; los hombres considerados guapos le repugnaban: `No tienen agallas -decía ella-. No tienen nervio. Confían siempre en sus orejitas perfectas y en sus narices torneadas… todo fachada y nada dentro…` Tenía un carácter rayano en la locura; un carácter que algunos calificaban de locura.

Su padre había muerto del alcohol y su madre se había largado dejando solas a las chicas. Las chicas se fueron con una pariente que las metió en un colegio de monjas. El colegio había sido un lugar triste, más para Cass que para sus hermanas. Las chicas envidiaban a Cass y Cass se peleó con casi todas. Tenía señales de cuchillas por todo el brazo izquierdo, de defenderse en dos peleas. Tenía también una cicatriz imborrable que le cruzaba la mejilla izquierda; pero la cicatriz, en vez de disminuir su belleza, parecía, por el contrario, realzarla.

Yo la conocí en el bar West End unas noches después de que la soltaran del convento. Al ser la más joven, fue la última hermana que soltaron. Sencillamente entró y se sentó a mi lado. Yo quizá sea el hombre más feo de la ciudad, y puede que esto tuviese algo que ver con el asunto.

- ¿Tomas algo? -pregunté.

- Claro, ¿por qué no?

No creo que hubiese nada especial en nuestra conversación esa noche, era sólo el sentimiento que Cass transmitía. Me había elegido y no había más. Ninguna presión. Le gustó la bebida y bebió mucho. No parecía tener la edad, pero de todos modos le sirvieron. Quizás hubiese falsificado el carnet de identidad, no sé. En fin, lo cierto es que cada vez que volvía del retrete v se sentaba a mi lado yo sentía cierto orgullo. No sólo era la mujer más bella de la ciudad, sino también una de las más bellas que yo había visto en mi vida. Le eché el brazo a la cintura y la besé una vez.

- ¿Crees que soy bonita? - preguntó.

- Sí, desde luego. Paro hay algo más… algo más que tu apariencia…

- La gente anda siempre acusándome de ser bonita. ¿Crees de veras que soy bonita?

- Bonita no es la palabra, no te hace justicia.

Buscó en su bolso. Creí que buscaba el pañuelo. Sacó un alfiler de sombrero muy largo. Antes de que pudiera impedírselo se había atravesado la nariz con él, de lado a lado, justo sobre las ventanillas. Sentí repugnancia y horror. Ella me miró y se echó a reír.

- ¿Crees ahora que soy bonita? ¿Qué piensas ahora, eh?

Saqué el alfiler y puse mí pañuelo sobre la herida. Algunas personas, incluido el encargado, habían observado la escena. El encargado se acercó.

- Mira -dijo a Cass-, si vuelves a hacer eso te echo. Aquí no necesitamos tus exhibiciones.

- ¡Vete a la mierda, amigo! -dijo ella.

- Será mejor que la controles -me dijo el encargado.

- No te preocupes -dije yo.

- Es mi nariz -dijo Cass-, puedo hacer lo que quiera con ella.

- No -dije-, a mí me duele.

- ¿Quieres decir que te duele a ti cuando me clavo un alfiler en la nariz?

- Sí, me duele, de veras.

- De acuerdo, no lo volveré a hacer. Animo.

Me besó, pero como riéndose un poco en medio del beso y sin soltar el pañuelo de la nariz. Cuando cerraron nos fuimos a donde vivía. Tenía un poco de cerveza y nos sentamos a charlar. Fue entonces cuando pude apreciar que era una persona que rebosaba bondad y cariño. Se entregaba sin saberlo. Al mismo tiempo retrocedía a zonas de descontrol e incoherencia. Esquizoide. Una esquizo hermosa y espiritual. Quizás algún hombre, algo, acabase destruyéndola para siempre. Espetaba no ser yo.

Nos fuimos a la cama y cuando apagué las luces me preguntó:

- ¿Cuándo quieres hacerlo, ahora o por la mañana?

- Por la mañana -dije, y me di la vuelta.

Por la mañana me levanté, hice un par de cafés y le llevé uno la cama.

Se echó a reír.

- Eres el primer hombre que conozco que no ha querido hacerlo por la noche.

- No hay problema -dije-. En realidad no tenemos por qué hacerlo.

- No, espera, ahora quiero yo. Déjame que me refresque un poco.

Se fue al baño. Salió en seguida, realmente maravillosa, largo pelo negro resplandeciente, ojos y labios resplandecientes, toda resplandor… Se desperezó sosegadamente, buena cosa. Se metió en la cama.

- Ven, amor.

Fui.

Besaba con abandono, pero sin prisa. Dejé que mis manos recorriesen su cuerpo, acariciasen su pelo. La monté. Su carne era cálida y prieta. Empecé a moverme despacio y queriendo que durara. Ella me miraba a los ojos.

- ¿Cómo te llamas? -pregunté.

- ¿Qué diablos importa? -preguntó ella.

Solté una carcajada y seguí. Después se vistió y la llevé en coche al bar, pero era difícil olvidarla. Yo no trabajaba y dormí hasta las dos y luego me levanté y leí el periódico. Cuando estaba en la bañera, entró ella con una gran hoja: una oreja de elefante.

- Sabía que estabas en la bañera -dijo-, así que te traje algo para tapar esa cosa, hijo de la naturaleza.

Y me echó encima, en la bañera, la hoja de elefante.

- ¿Cómo sabías que estaba en la bañera?

- Lo sabía.

Cass llegaba casi todos los días cuando yo estaba en la bañera. No era siempre la misma hora, pero raras veces fallaba, y traía la hoja de elefante. Y luego hacíamos el amor.

Telefoneó una o dos noches y tuve que sacarla de la cárcel por borrachera y pelea pagando la fianza.

- Esos hijos de puta -decía-, sólo porque te pagan unas copas creen que pueden echarte mano a las bragas.

- La culpa la tienes tú por aceptar la copa.

- Yo creía que se interesaban por mí, no sólo por mi cuerpo.

- A mí me interesas tú y tu cuerpo. Pero dudo que la mayoría de los hombres puedan ver más allá de tu cuerpo.

Dejé la ciudad y estuve fuera seis meses, anduve vagabuneando; volví. No había olvidado a Cass ni un momento, pero habíamos tenido algún tipo de discusión y además yo tenía ganas ponerme en marcha, y cuando volví pensé que se habría ido; pero no llevaba sentado treinta minutos en el bar West End cuando ella llegó y se sentó a mi lado.

- Vaya, cabrón, has vuelto.

Pedí un trago para ella. Luego la miré. Llevaba un vestido de cuello alto. Nunca la había visto vestida así. Y debajo de cada ojo, clavado, llevaba un alfiler de cabeza de cristal. Sólo se podían ver las cabezas de los alfileres, pero los alfileres estaban clavados.

- Maldita sea, aún sigues intentando destruir tu belleza…

- No, no seas tonto, es la moda.

- Estás chiflada.

- Te he echado de menos -dijo.

- ¿Hay otro?

- No, no hay ninguno. Sólo tú. Pero ahora hago la vida. Cobro diez billetes. Pero para ti es gratis.

- Sácate esos alfileres.

- No, es la moda.

- Me hace muy desgraciado.

- ¿Estás seguro?

- Sí, mierda, estoy seguro.

Se sacó lentamente los alfileres y los guardó en el bolso.

- ¿Por qué estropeas tu belleza? -pregunté-. ¿Por qué no aceptas vivir con ella sin más?

- Porque la gente cree que es todo lo que tengo. La belleza no es nada. La belleza no permanece. No sabes la suerte que tienes siendo feo, porque si le agradas a alguien sabes que es por otra cosa.

- Vale -dije-, tengo mucha suerte.

- No quiero decir que seas feo. Sólo que la gente cree que lo eres. Tienes una cara fascinante.

- Gracias.

Tomamos otra copa.

- ¿Qué andas haciendo? -preguntó.

- Nada. No soy capaz de apegarme a nada. Nada me interesa.

- A mí tampoco. Si fueses mujer podrías ser puta.

- No creo que quisiese establecer un contacto tan íntimo con tantos extraños. Debe ser un fastidio.

- Tienes razón, es fastidioso, todo es fastidioso.

Salimos juntos. Por la calle, la gente aún miraba a Cass.

Aún era una mujer hermosa, quizá más que nunca. Fuimos a casa y abrí una botella de vino y hablamos. A Cass y a mí, siempre nos era fácil hablar. Ella hablaba un rato yo escuchaba y luego hablaba yo. Nuestra conversación fluía fácil, sin tensión. Era corno si descubriésemos secretos juntos. Cuando descubríamos uno bueno, Cass se reía con aquella risa… de aquella manera que sólo ella podía reírse. Era como el gozo del fuego. Y durante la charla nos besábamos y nos arrimábamos. Nos pusimos muy calientes y decidimos irnos a la cama. Fue entonces cuando Cass se quitó aquel vestido de cuello alto y lo vi… vi la mellada y horrible cicatriz que le cruzaba el cuello. Era grande y ancha.

- Maldita sea, condenada, ¿qué has hecho? -dije desde la cama.

- Lo intenté con una botella rota una noche. ¿Ya no te gusto? ¿Soy bonita aún?

La arrastré a la cama y la besé. Me empujó y se echó a reír:

- Algunos me pagan los diez y luego, cuando me desvisto no quieren hacerlo. Yo me quedo los diez. Es muy divertido.

- Sí -dije-, no puedo parar de reír… Cass, zorra, te amo… deja de destruirte; eres la mujer con más vida que conozco.

Volvimos a besarnos. Cass lloraba en silencio. Sentí las lágrimas. Sentí aquel pelo largo y negro tendido bajo mí como una bandera de muerte. Disfrutamos e hicimos un amor lento y sombrío y maravilloso.

Por la mañana, Cass estaba levantada haciendo el desayuno. Parecía muy tranquila y feliz. Cantaba. Yo me quedé en la cama gozando su felicidad. Por fin; vino y me zarandeó:

- ¡Arriba, cabrón! ¡Chapúzate con agua fría la cara y la polla y ven a disfrutar del banquete!

Ese día la llevé en coche a la playa. No era un día de fiesta y aún no era verano, todo estaba espléndidamente desierto. Vagabundos playeros en andrajos dormían en la arena. Había otros sentados en bancos de piedra compartiendo una botella solitaria. Las gaviotas revoloteaban, estúpidas pero distraídas. Ancianas de setenta y ochenta, sentadas en los bancos, discutían ventas de fincas dejadas por maridos asesinados mucho tiempo atrás por la angustia y la estupidez de la supervivencia. Había paz en el aíre. Nos besamos y estuvimos tumbados por allí y no hablamos mucho. Era agradable simplemente estar juntos. Compré bocadillos, patatas fritas y bebidas y nos sentamos a beber en la arena. Luego abracé a Cass y dormimos así abrazados un rato. Era mejor que hacer el amor. Era como un fluir juntos sin tensión. Luego volvimos a casa en mi coche y preparé la cena. Después de cenar, sugerí a Cass que viviésemos juntos. Se quedó mucho rato mirándome y luego dijo lentamente: `No`. La llevé de nuevo al bar, le pagué una copa y me fui.

Al día siguiente, encontré un trabajo como empaquetador en una fábrica y trabajé todo lo que quedaba de semana. Estaba demasiado cansado para andar mucho por ahí, pero el viernes por la noche me acerqué al West End. Me senté y esperé a Cass. Pasaron horas. Cuando estaba ya bastante borracho, me dijo el encargado.

-Siento lo de tu amiga.

- ¿El qué? pregunté.

-Lo siento. ¿No lo sabias?

-No.

-Suicidio, la enterraron ayer.

- ¿Enterrada? -pregunté.

Parecía como si fuese a aparecer en la puerta de un momento a otro, ¿cómo podía haber muerto?

-La enterraron las hermanas.

- ¿Un suicidio? ¿Cómo fue?

-Se cortó el cuello.

-Ya. Dame otro trago.

Estuve bebiendo allí hasta que cerraron. Cass, la más bella de las cinco hermanas, la chica más guapa de la ciudad. Conseguí conducir hasta casa sin poder dejar de pensar que debería haber insistido en que se quedara conmigo en vez de aceptar aquel `no`. Todo en ella había indicado que le pasaba algo. Yo sencillamente había sido demasiado insensible, demasiado despreocupado. Me merecía mi muerte y la de ella. Era un perro. No, ¿por qué acusar a los perros? Me levanté, busqué una botella de vino, bebí lúgubremente. Cass, la chica más guapa de la ciudad muerta a los veinte años.

Fuera, alguien tocaba la bocina de un coche. Unos bocinazos escandalosos, persistentes. Dejé la botella y aullé: `MALDITO SEAS, CONDENADO HIJO DE PUTA, CALLATE YA!`.

Y seguía avanzándo la noche y yo nada podía hacer.

domingo, 31 de enero de 2010

La luna con gatillo - raul gonzales tuñon




Es preciso que nos entendamos.
Yo hablo de algo seguro y de algo posible.
Seguro es que todos coman
y vivan dignamente
y es posible saber algún día
muchas cosas que hoy ignoramos.
Entonces, es necesario que esto cambie.

El carpintero ha hecho esta mesa
verdaderamente perfecta
donde se inclina la niña dorada
y el celeste padre rezonga.
Un ebanista, un albañil,
un herrero, un zapatero,
también saben lo suyo.

El minero baja a la mina,
al fondo de la estrella muerta.
El campesino siembra y siega
la estrella ya resucitada.
Todo sería maravilloso
si cada cual viviera dignamente.

Un poema no es una mesa,
ni un pan,
ni un muro,
ni una silla,
ni una bota.

Con una mesa,
con un pan,
con un muro,
con una silla,
con una bota,
no se puede cambiar el mundo.

Con una carabina,
con un libro,
eso es posible.

¿Comprendéis por qué
el poeta y el soldado
pueden ser una misma cosa?

He marchado detrás de los obreros lúcidos
y no me arrepiento.
Ellos saben lo que quieren
y yo quiero lo que ellos quieren:
la libertad, bien entendida.

El poeta es siempre poeta
pero es bueno que al fin comprenda
de una manera alegre y terrible
cuánto mejor sería para todos
que esto cambiara.

Yo los seguí
y ellos me siguieron.
¡Ahí está la cosa!

Cuando haya que lanzar la pólvora
el hombre lanzará la pólvora.
Cuando haya que lanzar el libro
el hombre lanzará el libro.
De la unión de la pólvora y el libro
puede brotar la rosa más pura.

Digo al pequeño cura
y al ateo de rebotica
y al ensayista,
al neutral,
al solemne
y al frívolo,
al notario y a la corista,
al buen enterrador,
al silencioso vecino del tercero,
a mi amiga que toca el acordeón:
-Mirad la mosca aplastada
bajo la campana de vidrio.

No quiero ser la mosca aplastada.
Tampoco tengo nada que ver con el mono.
No quiero ser abeja.
No quiero ser únicamente cigarra.
Tampoco tengo nada que ver con el mono.
Yo soy un hombre o quiero ser un verdadero hombre
y no quiero ser, jamás,
una mosca aplastada bajo la campana de vidrio.

Ni colmena, ni hormiguero,
no comparéis a los hombres
nada más que con los hombres.

Dadle al hombre todo lo que necesite.
Las pesas para pesar,
las medidas para medir,
el pan ganado altivamente,
la flor del aire,
el dolor auténtico,
la alegría sin una mancha.

Tengo derecho al vino,
al aceite, al Museo,
a la Enciclopedia Británica,
a un lugar en el ómnibus,
a un parque abandonado,
a un muelle,
a una azucena,
a salir,
a quedarme,
a bailar sobre la piel
del Último Hombre Antiguo,
con mi esqueleto nuevo,
cubierto con piel nueva
de hombre flamante.

No puedo cruzarme de brazos
e interrogar ahora al vacío.
Me rodean la indignidad
y el desprecio;
me amenazan la cárcel y el hambre.
¡No me dejaré sobornar!

No. No se puede ser libre enteramente
ni estrictamente digno ahora
cuando el chacal está a la puerta
esperando
que nuestra carne caiga, podrida.

Subiré al cielo,
le pondré gatillo a la luna
y desde arriba fusilaré al mundo,
suavemente,
para que esto cambie de una vez.

lunes, 25 de enero de 2010

los gemidos de mi vecina - ismael serrano

El otro día conocí a mi nuevo vecino, un tipo raro. Resulta que se acaba de mudar, es nuevo en el bloque. Estaba bajando las escaleras, estaba bajando la basura al portal y me lo econtré allí, encontré a mi nuevo vecino hablando solo. Normal que me dió un poco de miedo: el portal a oscuras, él y yo solos y el tipo, hablando solo. Enseguida, el tipo me sorprendió detrás de él y me dijo: “No, no pasa nada, estoy hablando solo”. Digo: “Ahm, mucho mejor, me quedo más tranquilo”. Y al rato me dice: “No, no se preocupe, estaba hablando con Carlos Gardel”. “De puta madre”.

Resulta que mi vecino es esquizofrénico y lleva desde los 15 años hablando con Carlos Gardel. Él sabe que es una alucinación, que sólo lo ve él, pero, de vez en cuando, cuando sabe que están a solas no puede evitar darle conversación. Y yo pensé: “¿Cómo mola, no?, que de puta madre, tener a Carlos Gardel siempre a mano para que de algún consejo o te cante un tango en un momento dado”.

El caso es que la cosa no acaba ahí, mi vecino y yo acabamos siendo muy buenos amigos y me contó su historia. Me contó que se acababa de mudar de casa y que andaba triste y yo le dije: “Claro, normal, uno se apega a las cosas de una forma un tanto absurda, luego, marcharse, se hace duro”. Y él me dijo: “No, resulta que allí quedó una mujer”. Y le pedí que me contara su historia.

Una noche, me cuenta mi vecino, en su antigua casa, llegó tarde. Se quitó la ropa enseguida, se puso el pijama y se puso a zapear con el televisor, viendo cualquier cosa mientras iba y venía del frigorífico, picando cualquier cosa. Y de repente, como un rumor lejano, escuchó como sonaban los gemidos de su vecina, como un leve terremoto, cada vez más fuertes…, al final, temblaban los cristales de la ventana. Mi vecino no lo pensó dos veces, me contó, enseguida apagó el televisor, bajó un poco la luz y se dejó mecer; dejó que los gemidos de su vecina se metieran por debajo de su pijama, que se posaran encima de la mesilla, dejó que los gemidos volaran por debajo de la cama y le movieran las pelusas, dejó que los gemidos agitaran la ropa tendida. Y durmió, durmió como nunca, me cuenta mi vecino, dice que nunca había tenido un despertar tan dulce. Su vida había cambiado completamente desde entonces. Todos los días, ella puntual, con sus gemidos. Y mi vecino feliz, apagando la luz, el televisor… El caso es que su vida cambió, y no sólo su vida, sino la de todos los vecinos del bloque, la gente se saludaba con un ánimo muy distinto en la escalera: “¡Buenos días, vecino!”. “¡Buenos días!”. Se daban grandes abrazos. La vieja del 3º que siempre se había negado a poner parabólica, en la última reunión de vecinos: “Parabólica y lo que sea, si esto es maravilloso”. Pero la vecina de los gemidos nunca iba a las juntas y mi vecino aún no la conocía, no sabía como era su rostro pero, me cuenta mi vecino que una noche había quedado con los amigos, iban de “caza”, así que se había puesto su mejor traje, su mejor corbata. Y ya estaba mirándose al espejo, atusándose el pelo, colocándose el nudo, dándose los últimos retoques antes de salir cuando, en la habitación de al lado, enseguida, escuchó como su vecina entraba con alguien. Intuyó como la ropa caía en el suelo. Y al poquito, puntuales, los gemidos. Me cuenta mi vecino que en ese momento, se quitó la americana, la colgó en la percha, se deshizo el nudo de la corbata, apagó la luz y faltó a su cita. Supo entonces mi vecino que estaba enamorado de aquella mujer. Y fue entonces cuando mi vecino se tuvo que mudar de casa y venirse para mi barrio. Y me cuenta mi vecino que, de vez en cuando, llueva o truene, él abre las ventanas de par en par. Dice que si uno afina el oído, a lo lejos, puede escuchar a una mujer gimiendo, dice que es su antigua vecina que le busca. No sé si será verdad, pero yo, por si acaso, abro las ventanas.
El caso es que lo de mi vecino no quedó ahí, ¿saben? Mi vecino se había enamorado completamente de aquella mujer así que tenía que salir en su busca. Y un día, como quien no quiere la cosa, se presentó en su antigua casa con la excusa de recoger el correo y llamó a la puerta de aquella mujer, llamó una vez y nadie le abrió, insistió y no abrió nadie, así que decidió marcharse. Cuando ya se iba, se encontró a la vieja del 3º, la de la parabólica, y entonces le dijo que ella ya no vivía allí, que ella también se había mudado, que poco después de irse él, ella también se había ido. Así que le dijo: “Pero si quiere usted, le digo donde trabaja”. Y mi vecino le dijo: “Sí quiero, ahora mismo”. Total que ella, la vieja, le dijo que trabajaba en una oficina del INEM.(instituto nacional de empleo)
Total, que aquella mañana él se presentó en la puerta de su oficina para encontrarla y así fue, la encontró tras una puerta de cristal. Dice mi vecino que era tal y como se la había imaginado, no me pregunteis cómo. El caso es que estaba atendiendo un mostrador, a un lado del mostrador, ella, al otro lado, una larga cola de gente para dar la solicitud de trabajo. A mi vecino le temblaban las piernas como a Bambi, no encontraba el momento de cruzar la puerta de cristal y hablar con ella, así que se armó de valor, cruzó las puertas y se puso a la cola. Por fin llegó su turno y ella le preguntó, con la mirada dulce: “¿Es la primera vez?”. Y mi vecino, encantado, dijo: “Como si lo fuera”. El caso es que ella le dijo que rellenara un formulario y mi vecino, obediente, dijo: “Un formulario y lo que haga falta”. Después le dijo ella: “Bueno, tengo que hacerle algunas preguntas”. Y mi vecino dijo: “Si usted supiera las que yo tengo que hacerle”. Bueno, así que ella dijo, con el lápiz en la mano y un papel: “Por favor, ¿estudios?”. Claro, ella dijo estudios pero mi vecino entendió cualquier cosa, entendió mordisco en el cuello, beso en la espalda, arañazo. Dense cuenta que recordaba los gemidos permanentemente de aquella mujer y le resultaba difícil abstraerse de la situación. Así que dijo: “¿Estudios?, bueno, yo sé abrir…, me crié en un barrio sur de la ciudad, sé abrir perfectamente una cerveza con los dientes, conozco las canciones de Silvio y alguna de Gardel, bueno, las de Gardel de primera mano, de hecho me las canta al oído”. Pero eso no se lo dijo a ella, creo. “Conozco perfectamente la situación de la Estrella Polar así que si fuese navegante nunca me perdería pero no, no sé navegar…, quite lo de la Estrella Polar”. El caso es que ella, sonriendo le dijo: “Creo que no me ha entendido, le pregunto por su formación”. “Ahm, mi formación, bien. Estudié perfectamente todas las barras de los bares de mi barrio, sé perfectamente como se deslizan sobre ellas las penas y las cervezas de los que por allí pasan, conozco perfectamente los efectos terapeúticos del mojito, estudié las espaldas de algunas mujeres…”. Ella ya muy enfadada, mirándole a los ojos dijo: “Ahm, muy bonito, ¿y en qué quiere trabajar el señorito?”. Y él: “Pues ya que me pregunta, me encantaría ser violinista, ya que usted me lo pregunta, me encantaría ser el bombero que le apaga los fuegos a mi vecina, ya que usted me lo pregunta, ¿qué me gustaría ser?, me encantaría ser probador de hamacas, para eso hay que saber dormir y yo, de eso sé un rato, me encantaría ser el que le afina las guitarras a Eric Clapton, me encantaría ser el cartero de Pablo Neruda, me encantaría ser el que le canta las nanas al subcomandante Marcos, me encantaría ser jardinero en Marte, me encantaría ser desmantelador de misiles nucleares, me encantaría ser pescador en los mares del amor, me encantaría ser cuidador de unicornios azules…”. El caso es que mi vecino nunca consiguió trabajo, pero consiguió el teléfono de ella, ¡mucho mejor!
Por la noche quedaron, tuvieron una cita, y aquella noche ardió la ciudad, se dijeron alguna mentira, o 2, pero da igual, porque uno se creía la mentira del otro y viceversa así que da igual.

El caso es que aquella noche se dijeron grandes cosas, y bebieron como si lo fueran a prohibir. Fue una noche intensa. Mi vecino entonces descubrió que estaba enamorado, sobre todo cuando la noche acababa, como las agujas del reloj, cuando aparecían por detrás de los edificios ella le pregunto:-¿Y como apareciste aquella mañana por mi oficina? Mi vecino me dijo que sabía que no podía mentir a aquella mujer, a la que quería y amaba tanto, tenia que decirle la verdad en ese momento, y se la dijo. Le hablo del eco de sus gemidos rebotando en el pasillo, de los gemidos que quedaban en el edredón por las noches, de cómo cuando faltaban sus susurros y jadeos llegaba tarde, desvelado y cabreado al trabajo, como adelantaba la salida del trabajo, no fuera que empezaran sin el. Le hablo de cómo la amaba, desde el momento que, como un terremoto, aquel primer jadeo entro por su ventana.

Y él pensó que la había cagado, porque ella cayó, se hizo un silencio un tanto tenso. Hasta que ella miro los ojos de el, y le dijo: -Así que los gemidos…. Vaya. ¿Y Carlos Gardel no tiene ninguna canción al respecto?

Mi vecino se quedó con la boca y los ojos totalmente abiertos como platos y totalmente pálidos, y dijo ella.- Es que Carlos Gardel lleva siguiéndonos toda la noche, y no te has molestado en presentármelo.Así es como mi vecino dejo de hablar solo desde entonces. Ahora son mis vecinos, se vinieron los 2 para casa, y mi vecino tenia razón, vaya nochecitas…

Así que ya sabéis, les recomiendo que de madrugada si andan desvelados, si tienen insomnio, abran las ventanas de par en par, que afinen el oído, y sobre el rumor de la ciudad, podrán escuchar a una pareja haciendo el amor, apaguen la luz y el televisor, y abrazen a su pareja. Y escuchen sudar al cabrón de mi vecino.

Y yo ya les dejo, me voy corriendo a la habitación, a abrir las ventanas de par en par…. NO VAYA A SER QUE EMPIEZEN SIN MI...


que te lo cuente el!




viernes, 22 de enero de 2010

miércoles, 13 de enero de 2010

yo no te pido - mario benedetti



Yo no te pido que me bajes
una estrella azul
sólo te pido que mi espacio
llenes con tu luz.

Yo no te pido que me firmes
diez papeles grises para amar
sólo te pido que tú quieras
las palomas que suelo mirar.

De lo pasado no lo voy a negar
el futuro algún día llegará
y del presente
qué le importa a la gente
si es que siempre van a hablar.

Sigue llenando este minuto
de razones para respirar
no me complazcas no te niegues
no hables por hablar.

Yo no te pido que me bajes
una estrella azul
sólo te pido que mi espacio
llenes con tu luz.

domingo, 3 de enero de 2010

espantapajaro 24 - oliverio girondo

El 31 de febrero, a las nueve y cuarto de la
noche, todos los habitantes de la ciudad se
convencieron que la muerte es ineludible.
Enfocada por la atención de cada uno, esta
evidencia, que por lo general lleva una vida de araña
en los repliegues de nuestras circunvoluciones, tendió
su tela en todas las conciencias, se derramó en los
cerebros hasta impregnarlos como a una esponja.
Desde ese instante, las similitudes más remotas
sugerían, con tal violencia, la idea de la muerte, que
bastaba hallarse ante una lata de sardinas –por
ejemplo. Para recordar el forro de los féretros, o fijarse
en las piedras de una vereda, para descubrir su
parentesco con las lápidas de los sepulcros. En medio
de una enorme consternación, se comprobó que el
revoque de las fachadas poseía un color y una
composición idéntica a la de los huesos, y que así
como resultaba imposible sumergirse en una bañadera,
sin ensayar la actitud que se adoptaría en el cajón,
nadie dejaba de sepultarse entre las sábanas, sin
estudiar el modelado que adquirirían los repliegues de
su mortaja.



El corazón, sobre todo, con su ritmo isócromo y
entrañable, evocaba las ideas más funerarias, como si
el órgano que simboliza y alimenta la vida sólo tuviera
fuerzas para irrigar sugestiones de muerte. Al sentir su
tic-tac sobre la almohada, quien no llorara la vida que
se le iba yendo a cada instante, escuchaba su marcha
como si fuese el eco de sus pasos que se encaminaran
a la tumba, o lo que es peor aún, como si oyese el
latido de un aldabón que llamara a la muerte desde el
fondo de sus propias entrañas.
La urgencia de liberarse de esta obsesión por lo
mortuorio, hizo que cada cual se refugiara –según su
idiosincrasia- ya sea en el misticismo o en la lujuria.
Las iglesias, los burdeles, las posadas, las sacristías
se llenaron de gente. Se rezaba y se fornicaba en los
tranvías, en los paseos públicos, en medio de la calle...
Borracha de plegarias o de aguardiente, la multitud
abusó de la vida, quiso exprimirla como si fuese un
limón, pero una ráfaga de cansancio apagó, para
siempre, esa llamarada de piedad y de vicio.
Los excesos de libertinaje y de la devoción
habían durado lo suficiente, sin embargo, como para
que se demacraran los cuerpos, como para que los
esqueletos adquiriesen una importancia cada día
mayor. Sin necesidad de aproximar las manos a los
focos eléctricos, cualquiera podía instruirse en los
detalles más íntimos de su configuración, pues no sólo
se usufructuaba de una mirada radiográfica, sino que la
misma carne se iba haciendo cada vez más traslúcida,
como si los huesos, cansados de yacer en la
oscuridad, exigieran salir a tomar sol. Las mujeres más
elegantes –por lo demás- implantaron la moda de
arrastrar enormes colas de crespón y no contentas con
pasearse en coches fúnebres de primera, se ataviaban
como un difunto, para recibir sus visitas sobre su
propio túmulo, rodeadas de centenares de cirios y
coronas de siemprevivas.
Inútilmente se organizaron romerías, kermeses,
fiestas populares. Al aspirar el ambiente de la ciudad,
los músicos, contratados en las localidades vecinas,
tocaban los “charlestons” como si fuesen marchas
fúnebres, y las parejas no podían bailar sinque sus
movimientos adquiriesen una rigidez siniestra de danza
macabra. Hasta los oradores especialistas en exaltar la
voluptuosidad de vivir resultaron de una perfecta
ineficacia, pues no sólo los tópicos más
experimentados adquirían, entre sus labios, una
frigidez cadavérica, sino que el auditorio sólo
abandonaba su indiferencia para gritarles: “¡Muera ese
resucitado verborrágico! ¡A la tumba ese bachiller de
cadáver!”. Esta propensión hacia lo funerario, hacia lo
esqueletoso, ¿podía dejar de provocar, tarde o
temprano, una verdadera epidemia de suicidios?
En tal sentido, por lo menos, la población
demostró una inventiva y una vitalidad admirables.
Hubo suicidios de todas las especies, para todos los
gustos: suicidios colectivos, en serie, al por mayor. Se
fundaron sociedades anónimas de suicias y
sociedades de suicidas anónimos. Se abrieron
escuelas preparatorias al suicidio, facultades que
otorgaban título “de perfecto suicida”. Se dieron
fiestas, banquetes, bailes de máscaras para morir. La
emulació hizo que todo el mundo se ingeniase en hallar
un suicidio inédito, original. Una familia perfecta –una
familia mejor organizada que un baúl “Innovation”-
ordenó que la enterrasen viva, en un cajón donde
cab+ian, con toda comodidad, las cuatro generaciones
que adornaban. Ochocientos suicidas, disfrazados de
Lázaro, se zambulleron en el asfalto, desde el
veinteavo piso de uno de los edificios más céntricos de
la ciudad. Un “dandy”, después de transformar en
ataúd la carrocería de su automóvil, entró en el
cementerio, a ciento sesenta kilómetros por hora, y al
llegar ante la tumba de su querida se descerrajó cuatro
tiros en la cabeza.
El desaliento público era demasiado intenso, sin
embargo, como para que pudiera persistir ese ímpetu
de aniquilamiento y exterminio. Bien pronto nadie fue
capaz de beber u vasto de estricnina, nadie pudo
escarbarse las pupilas con una hoja de “gillette”. Una
dejadez incalificable entorpecía las precauciones que
reclaman ciertos procesos del organismo. El descuido
amontonaba basuras en todas partes, transformaba
cada rincón en un paraíso de cucarachas. Sin
preocuparse de la dignidad que requiere cualquier
cadáver, la gente se dejaba morir en las posturas más
denigrantes. Ejércitos de ratas invadían las casas con
aliento de tumba. El silencio y la peste se paseaban del
brazo, por las calles desiertas, y ante la inercia de sus
dueños –ya putrefactos- los papagayos sucumbían con
el estómago vacío, con la boca llena de maldiciones y
de malas palabras.
Una mañana, los millares y millares de cuervos
que revoloteaban sobre la ciudad .oscureciéndola en
pleno día- se desbandaron ante la presencia de una
escuadrilla de aeroplanos.
Se trataba de una misión con fines sanitarios,
cuyo rigor científico implacable se evidenció desde el
primer momento.
Si aproximarse demasiado, para evitar cualquier
peligro de contagio, los aviones fumigaron las azoteas
con toda clase de desinfectantes, arrojaron bombas
llenas de vitaminas, confetis afrodisíacos, globitos
hinchados de optimismo, hasta que un examen prolijo
demostró la inutilidad de toda profilaxis, pues al batir rel
record mundial de defunciones, la población se había
reducido a seis o siete moribundos recalcitrantes.
Fue entonces –y sólo después de haber
alcanzado esta evidencia- cuando se ordenó la
destrucción de la ciudad y cuando un aguacero de
granadas, al abrasarla en una sola llama, la redujo a
escombros y a cenizas, para lograr que no cundiera el
miasma de la certidumbre de la muerte.