jueves, 9 de febrero de 2012

Penelope espera en Peumayen

Aquí en Peumayen se suele mezclar el sueño con la realidad. Es cierto.
Asi que son bastante comunes las leyendas que se cuentan sobre hechos acontecidos, aquí, en Peumayen.
Leyendas que se cuentan al calor de la lumbre en las noches de invierno, o bajo los cielos estrellados de las noches de verano.
Leyendas que uno encuentra en cualquier sitio, bajo las piedras de los caminos, en la espuma que deja el mar al retirarse de la playa, en las redes vacías de los pescadores o bajo farolas como esta.

Leyendas de monstruos marinos que salvan a los navegantes o los empujan al desastre, leyendas de buques fantasma condenados por su ambición, leyendas de amantes que mueren ahogados en el océano azul nadando hacia el futuro y como no podía ser de otra forma en una ciudad portuaria como la nuestra, leyendas también de despedidas. Como la que me gustaría contarles esta noche.

Se trata de la leyenda de una despedida que ocurrió aquí, en Peumayen.
Ella se llama Penélope, no recuerdo muy bien si él se llamaba Ulises pero se que lo despidió muy cerca de aquí, en la costa, agitando el pañuelo blanco del desconsuelo y viendo como la panza del horizonte iba consumiendo las velas del barco en el que marchaba su amado.

Él, antes de partir, le dijo a ella :
- Amor mío, tengo que partir, nuevos horizontes me esperan, allá donde el mar y el cielo juntan sus labios, tesoros escondidos en el fondo de un cofre enterrado en una playa que no aparece en ningún mapa, en lejanos acantilados donde el mar susurra mi nombre a golpe de ola.
Amor mío, tengo que marchar, pero esperame, esperame porque...

... No se porqué, pero tu esperame. Regresaré, si.
Seremos los mismos pero con la certeza de haber emprendido el viaje que anunciaban las sirenas, con la certeza de haber asumido el reto de estar vivos.
Adiós.

Y Penélope se quedó esperándole, día tras día. Mes tras mes, apretando el pañuelo blanco del desconsuelo contra el pecho, soñando ser fanal que atrajera a su amante, con los ojos heridos por el salitre, y el alma roja por los argazos mirando el lejano horizonte tratando de adivinar la silueta de un barco lejano que le trajera de vuelta a su hombre.

Total, que esperó muchísimo la mujer.
Y nosotros aquí en Peumayen solíamos acercarnos a ella para hacerle más llevadera la espera...

Nooo... le dabamos conversación. Todo el romanticismo por el retrete.

Le dabamos conversación y le contabamos cualquier chisme de aquí de Peumayen para hacerle más llevadera la espera y sobre todo para apartar su mirada del horizonte lejano y traerla de vuelta hasta nosotros.
Y le decíamos cualquier cosa, que si nosequien se enrolla con nosecual, que si ha visto usted como le queda la lencería al señor Bergia.
Pero por lo general no hacía ni caso, seguía empeñada en buscar aquel velero. Silueta lejana de un barco que le trajera de vuelta a su vida.
Estaba una tarde ella, como tantas otras, en la playa con los pies enterrados en la arena, la arena que vertió su reloj de tanto esperar. De nuevo, sólo sonaba el leve rumor del mar.

El viejo faro de Peumayen empezaba a parpadear, nuestra amiga la gaviota cruzaba el cielo naranja. Penélope divisaba el horizonte tratando de encontrar su velero, esperando y esperando. Y mientras, haciendo repaso de lo vivido, Penélope reflexionaba tratando de llegar, quizá, a alguna conclusión. Haciendo repaso de los caminos tomados, de las decisiones tomadas, y Penélope se dijo a sí misma...
"Hasta aquí hemos llegado, yo ya no espero más, ¿qué voy a estar, toda la vida esperando?"

Se marchó a buscar nuevos horizontes y no supo encontrarlos en la curva de mi espalda.
Y efectivamente, familiares y amigos, al día siguiente Penélope dejó Peumayen.
Y tendrías que verla de camino al autobús que le sacaba de la ciudad, con una sonrisa que no le cabía en la cara. Y nosotros le decíamos: "Hasta pronto Penélope" y ella decía: "Hasta nunca chaval."

Y se fue para un pueblo de interior que al salitre los argazos ya la habían jodido suficientemente la salud y pronto encontró trabajo como taquillera en un viejo cine de barrio.
Y le va bien, ahora anda en amores con el muchacho que trabaja en el proyector, y es feliz. No solamente porque el muchacho que trabaja en el proyector tiene 15 años menos que ella. Que todo influye...
Le van bien las cosas.
Del tipo que marchó en su barco no hemos vuelto a saber nada, por lo menos aquí en Peumayen.
¿Penélope piensa en él? Si, algunas tarde de invierno cuando duelen esas viejas heridas que parecen no cicatrizar nunca y cuando en la pantalla de su cine aparece un barco zarandeado por un mar embravecido, entonces Penélope como en aquella ocasión hace repaso de lo andado, de las decisiones tomadas, de los caminos desechados, tratade llega a alguna conclusión y se dice:
"Pobre tipo, no sabe lo que se perdió."

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